sábado, 9 de junio de 2012

EUCARISTÍA: CUERPO Y SANGRE DE CRISTO II

 

Mc 14,12-16.22-26 

“La sangre de Cristo clama aquí en la tierra. Cuando los hombres han participado de ella, todos a una dicen: Amén. He aquí la voz inconfundible de la sangre que clama por boca de los fieles a los que ha redimido” (San Agustín. Con, Fau 12,10). 

La dinámica en la caminada del año litúrgico, es la celebración del acontecimiento de la muerte y Resurrección de Jesús. Este año no se asume por espacios determinados, ni por tiempo asignados, sino que es dinámico jalonado por la liturgia sacramental, por esta razón, es insertado  en el anunció Kerygmático  pascual y pos-pascual celebrado festivamente en conmemoración del Resucitado por el sacrificio eucarístico:
No se puede perder el horizonte que se ha venido desarrollando en el camino pascual y pos-pascual, porque el anuncio Kerygmático-pascual no ha pasado: Jesús está resucitado, sobre este aspecto es necesario recordar, que la pedagogía del año litúrgico es un continúo movimiento celebrativo de la Resurrección, es decir, la liturgia es la celebración sacramental de la Resurrección animada por el Espíritu de Dios desde la intimidad de la familia-comunidad trinitaria, revelada por Jesucristo (…) Este anuncio celebrativo del Resucitado es la clave de evangelización de la Iglesia-Pos pascual, porque del costado atravesado de Jesús en la cruz (Jn 18,34) Sangre - muerte y Agua- vida, en el espíritu (Cfr. Jn 4,14; 7,37) nace la liturgia sacramental de la Iglesia. De esta teología del costado abierto se desprende la  reflexión de algunos padres de la Iglesia que ven en este símbolo del traspasado (Jn 18,37) el surgimiento de la Iglesia y la vida sacramental de la misma: “Aunque sus palabras y sus obras la iniciaron, la iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signos de este comienzo y crecimiento” (LG 3), “pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia” (SC 5)[1].

Partiendo de esta reflexión teológica  se precisa que la Eucaristía es el centro de nuestra liturgia, es el camino de redención por el cual Cristo se entregó así mismo: “Tomen, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22) “Esto es mi sangre, con lo que se confirma la alianza, sangre derramada en favor de muchos” (Mc 14,24; Cfr. Ex 24,6-8; Jr 31,31-34; Zc 9,11; Lc 22,20)[2] para el perdón de los pecados:  “Cristo se ofreció así mismo a Dios como sacrificio sin mancha, y su sangre limpia nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte (…) Por eso, Jesucristo es mediador de una nueva alianza y un nuevo testamento, pues con su muerte libra a los hombres de los pecados cometidos bajo la primera alianza, y hace posible que los que Dios ha llamado reciban la herencia eterna que Él le ha prometido” (Heb 9, 14.15)[3].
Esta alianza, es el precio de nuestra libertad, porque hemos sido salvados, recatados con precio de Sangre, con lo que fuimos  adquirido como pueblo de Dios (1Cor 6,20; 1P 1,19; 2,9-10):

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados. Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan grande beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida[4].
Desde este horizonte, en la fiesta de hoy resaltamos la presencia amorosa de la misericordia  reconciliadora de Dios trinidad que nos da la libertad en la alianza de los hijos en el Hijo, quien se hizo sacrificio una sola vez y para siempre: “Jesús ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre, cuando se ofreció a sí mismo” (Heb 7,27; 9,14; Cfr. Mc 10,45; Is 53,10). 

A modo de conclusión 

1.      La comunidad de creyentes, es la comunidad festiva, es la comunidad del encuentro de la Palabra, es la comunidad eucarística que celebra la fiesta de la penitencia y purificación, que hace memoria el acontecimientos salvífico (Mc 14,12-16.22-26; Mt 26,17-29; Lc 22,7-23; Jn 6, 25-40; 13,21-30; 1Cor 11,23-26; Dt 8, 2-16) Jesús está presente como resucitado en medio de la comunidad que celebra; él es la palabra que da vida a la comunidad en la Eucaristía (Jn 1,38-39).
2.      A Jesús, lo debemos reconocer en “la mesa de la Palabra” y en “la mesa de la Eucaristía”, es decir, que estemos llenos de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mi, y yo vivo unido a Él” (Jn 6,54-56; Cfr. Jn 14,4-10; 1Jn 3,24).
3.      Las celebraciones eucarísticas deben responder a la acción pastoral de la comunidad de creyentes como resultado de la catequesis centrada en la persona de Jesús resucitado dentro de la Iglesia, iglesia de la misericordia, donde se vive  la presencia del espíritu del resucitado.


“El amor es el motivador de la enseñanza” (San Agustín. De Cat. Rud. 4,8)


[1] Cate. Iglesia Católica  766; Cfr. CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Reflexión Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Cristo Jn 6,51-58. Bogotá, Junio de 2011.
[2] La primera alianza o pacto que Dios hizo con Israel se confirmó con la sangre de animales sacrificados. Ex 24,6-8; Heb 9,18-22; Cfr. Heb 10,29; 13,20  (SBU. Biblia de estudio. Dios habla hoy, comentario a Lc 22,20). Pero con Jesús se cambia el sacrificio de animales, dando pasó a su sacrificio cruento en la cruz y su sangre derramada como símbolo de la nueva y definitiva alianza de Dios con su pueblo.
[3] Cfr. Nm 28,3; 1P 1,18-19; 1Jn 1,7; Ap 7,14
[4] Santo Tomas de Aquino. Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, Lect,1-4